sábado, 17 de marzo de 2018

Idiotez


Con los años uno aprende a negociar con la idiotez por muchas razones, pero, sobre todo, porque entiendes que igual que hay gente con problemas de riñón hay gente con problemas mentales: considerar que de una cosa no se es responsable y de la otra sí es un prejuicio psicológico sin fundamento. Pienso sinceramente que la sociedad, todos, debemos cuidar tanto de los que sufren cólicos nefríticos como de los que sufren de idiotez.

Dicho esto, diré también que mi bonhomía, mi comprensión, tiene sus límites. En este caso mi límite, aquello que no puedo soportar, es la soberbia intelectual.

Un idiota, según el DRAE, es un ‘Tonto o corto de entendimiento´. Si uno es corto de entendimiento, lo único que debe producirnos es comprensión y el deseo de ayudarle a superar, en la medida de lo posible, las limitaciones de su intelecto. Lo contrario, jactarse de la propia inteligencia, es demostrar poca inteligencia al no entender lo que tiene de azaroso poseer tal rasgo genético.

Sin embargo, en su segunda acepción, el DRAE define también al idiota como ‘Engreído sin fundamento para ello’. Esto ya es otra cosa. Hasta aquí, exactamente hasta aquí, llega mi capacidad empática: a estos idiotas no puedo soportarlos.

Son lo peor: son esos que, ignorantes de su ignorancia, se atreven a pontificar. Son aquellos que sin haberse molestado en investigar, se creen imbuidos de un conocimiento universal por el simple hecho de ser ellos así, maravillosos y perspicaces. Son esa gente que en su limitado entendimiento creen que el mundo es sencillo, que basta una ojeada para comprender su mecanismo y que se atreven por tanto a juzgar y prescribir sobre los grandes temas que llevan preocupándonos a los humanos desde que nos dimos cuenta de que lo somos con una frase y dos chascarrillos oídos al vuelo en cualquier charla intrascendente y trivial.

No me voy a andar con falsas modestias: me considero una persona inteligente. Pero si de algo sirve la inteligencia, si la usas, que esa es otra, es para descubrir que la complejidad del mundo nos condena a una investigación permanente y a una sospecha esencial, esa que nos susurra al oído que es posible que algo se nos esté escapando.

Lector, si estás convencido de algunas cosas, revisa tus conceptos.

Si estás convencido de muchas cosas, entonces eres un idiota. O un ser extraordinario, en cuyo caso, por favor te lo pido, ilumíname.

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